La Playa de la Niñez
Érase una vez una playa habitada solo por niños y niñas…
Todo comenzó a primeros de agosto. Llegué, como otras personas adultas a aquella playa, sin ser capaz de ver nada extraordinario. Lo cierto es que me sentía agotada por completo, necesitaba recuperar fuerzas y reencontrarme.
Decidí descansar, desconectar y regalarme unos días de reflexión, de entrega a los paseos y a las carreras por la arena. Recordé un pequeño gran reto que llevaba años persiguiendo y comencé a ilusionarme…
Fue entonces cuando aquella playa comenzó a mostrar su verdadera alma. ¿Cómo era posible que en los días previos no percibiera ni uno de esos detalles? Al mirar con otros ojos, la realidad cambió por completo. ¿A dónde se habían ido todas las personas adultas?
Familias enteras de niñas y niños jugaban en la playa. Los adultos habían desaparecido, junto con los relojes y el tiempo. Las tensiones y preocupaciones se disipaban, dejando paso a la alegría. A lo largo de los paseos por la orilla, disfrutaba contemplando decenas de abrazos, besos, complicidades.
A cada paso una sorpresa, como la octogenaria niña que reía a carcajadas mientras le guiñaba el ojo a su octogenario y joven amor. Las olas, habían empapado por completo sus sillas en la orilla y no podían evitar sentirse vivos…
Las flores, los veleros y los volantes arrebataron el protagonismo a tacones y corbatas. Los techos de la oficina comenzaron a romperse, abriéndose a un increíble cielo azul.
Cartas, dominó, bingo, ¡rastrillos y cubos!
Se saltaba sin miedo, con la seguridad que da caer sobre los castillos de arena. Si se rompen, se vuelven a construir; brindando así una nueva oportunidad para continuar experimentando y compartiendo. La vida como el gran juego que es.
Tan diferentes y tan iguales. Parecía como si ninguna criatura se sintiera juzgada, al contrario, se palpaba la libertad de acción, de sentir. A decir verdad, también era fácil presenciar alguna riña entre parejas de primeros (o no) amores. Se solucionaba pronto. Cosas de niños…
No pude evitar pensar en el AULA, y en todo el aprendizaje que solo puede producirse en un entorno abierto a la vida, a la emoción, al descubrimiento y al amor en su sentido más amplio.
Recordé a Borges…“La lectura debería ser una de las formas de felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz”. Aquí lo era, doy fe.
Llegó entonces el momento de despedirse de la Playa de la Niñez y de mirarse al espejo tras el transcurso de los días. Aquellas niñas y aquellos niños obraron su magia. Me sorprendió comprobar que mis ojos brillaban de nuevo y pensé…
Ojalá el verano haya regalado a cada persona -te haya regalado- los “ojos de primera vez” con los que siempre deberíamos aprender en la vida.
Con esa mirada ilusionada nos dirigimos hacia un septiembre de nuevos comienzos…

Etiquetas:aprendizaje, educación, juego, reflexión